El afamado equipo de San Lorenzo que marcó la historia azulgrana siendo campeón ante Estudiantes, ahora tiene su propio libro.
Por: INFOnewsUn libro que testimonia la fantástica campaña que diseñaron Los Matadores de 1968, aquél equipo de San Lorenzo que quedará para siempre en la memoria de los hinchas azulgranas, fue presentado ante más de 100 personas, en la denominada Casa de la Cultura San Lorencista.
Adolfo Res, titular de la subcomisión del Hincha, es el autor del texto en el que se desmenuza, analiza y revive la historia de aquel conjunto fantástico, campeón invicto en el Metropolitano 1968. «Es uno de los equipos símbolo de la historia del club, es de los que reflejan nuestra grandeza» expresó Res, reciente candidato a presidente de las elecciones generales desarrolladas el sábado pasado, que determinaron la continuidad de Matías Lammens como máxima autoridad de la entidad.
Hasta el evento que se llevó a cabo en un salón de la calle José Mármol al 1600 llegaron cuatro de los componentes de ese conjunto que pasó a ser leyenda, tras derrotar en la final a Estudiantes de La Plata, por 2 a 1. José Rafael Albrecht, Antonio Rosl, Oscar Calics y Sergio Villar fueron quienes estuvieron presentes.
«Tenemos el orgullo de contar con estas glorias que significaron mucho no sólo para San Lorenzo sino también para el fútbol argentino. Necesitamos de estos ejemplos para recuperar la grandeza de la institución», agregó Res, que también contó con el respaldo de su compañero de fórmula, Marcelo Culota, y del consagrado vicepresidente segundo, Roberto Alvarez.
Para el autor, San Lorenzo del `68 «es uno de esos equipos del club que reflejan su grandeza». «Los otros dos son el de 1927, que se mantuvo 20 meses y 47 partidos invicto, y el de 1946, que realizó la gira por Europa y le ganó a la Selección de España, al Real Madrid y a otros», agregó.
Literatura Futbolera
Literatura Futbolera es un rincón dedicado, a los que tienen la suerte de poder llevar a papel esta pasión.
Con una vida dedicada al fútbol y a los oficios terrestres más diversos, como diría Rodolfo Walsh, el director técnico más ganador de Rosario Central presentó su autobiografía, escrita por el periodista rosarino Guillermo Ferretti.
El evento se llevó a cabo en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, de una Rosario futbolera como pocas.
«Es preferible perder una pelota por tratar de hacer una gambeta que tirarla para arriba», definió don Ángel, con sabiduría de café y marcando su filosofía futbolera, ante unos 800 hinchas que colmaron en la sala E del Centro Cultural Fontanarrosa, el `canalla` que todos hubieran querido que estuviera sentado al lado del Viejo, como le dicen cariñosamente a Zof.
«Usted lo vio, usted lo vio, es el equipo de don Ángel Tulio Zof», tronaron los hinchas asistentes para recibir al viejo maestro, quien presentó el libro de su vida junto al ex jugador Omar Arnaldo Palma; al autor del libro, Guillermo Ferretti; el editor José «Perico» Pérez; el colaborador Daniel Kowalczyk y el periodista Alberto Lotuf.
«La idea del libro tiene más de diez años. Un día se la comenté a don Ángel, le interesó, quedamos en tomar un café y en llevarle una carpeta, pero ese día me dijo que sí directamente sin mirar la carpeta. Y ahí comenzaron un montón de cafés en su casa, con charlas interminables sobre su vida, en la que fue un trotamundos del fútbol que hizo de todo», relató el `Gordo` Ferretti, periodista de LT8 Radio Rosario, donde sigue a Central hace 17 años, y del diario El Ciudadano.
«Es preferible perder una pelota por tratar de hacer una gambeta que tirarla para arriba»
«Un día vino don Ángel y me dijo: `Ferretti, vamos a tener que dejar el libro porque vuelvo a dirigir`. Don Ángel volvió a dirigir Central y fue el último técnico que lo clasificó a una copa internacional, la Sudamericana de 2005, y después se enfermó y el proyecto del libro quedó trunco, primero por él y después porque no encontraba una editorial que le interesara», abundó Ferretti en diálogo telefónico.
«Hasta que apareció un muchacho llamado Daniel Kowalczyk, que hace videos sobre la Conmebol, y quería acompañar uno con un libro sobre don Ángel, me lo pidió, lo aprobó y me dijo: «Don Ángel está grande y se merece tener su libro».
«Eso me dio un empujón bárbaro con la editorial Homo Sapiens, de Perico Pérez», agregó el autor.
El libro, que en principio contaba con más de 200 páginas que debieron ser reducidas por pedido de la editorial, fue aprobado primero por la «Peti», la esposa de don Ángel.
«Le pedí que lo leyera y me dijera si el que hablaba era don Ángel y al otro día me dijo: «Es el ´Coco´, como le dicen a Zof en su familia, entonces íbamos por el camino correcto», confió Ferretti.
Don Ángel hizo realmente de todo: desde trabajar como aprendiz de albañil con su padre hasta ser tornero en el ferrocarril, donde trabajaba a la mañana y practicaba en la primera de Central a la tarde.
Jugó en el desaparecido Gath & Chaves, fue `tachero`, militó en equipos de Canadá y Estados Unidos, donde también trabajó en la General Motors.
Tuvo una parrilla a cargo en México, dirigió varios años en Jujuy (Atlético Ledesma), y sobre todo, fue el técnico que dirigió más veces a su «querido» Central y el que lo sacó campeón más veces: el título Nacional 1980, el de la temporada 1986/87 y la Conmebol de 1995, después de dar vuelta un 0 a 4 de ida en Brasil frente a Atlético Mineiro.
El libro, como don Ángel, cuenta innumerables anécdotas, de las que Ferretti elige una del ex compañero de Central, el defensor Federico Vairo: «Jugábamos en cancha de River con barro, una tarde que (Enrique) Sívori fue la figura. En una jugada el `Cabezón` Sívori lo pasó primero a don Ángel, después a varios, llevándosela con el muslo, le hizo un sombrero al arquero y definió de cabeza, yo me tiré y no pude sacarla en la línea», narró Vairo.
«Y cuando me levanté y me limpié el barro, lo vi a don Ángel dándole la mano a Sívori y felicitándolo. Yo lo quería matar primero a Sívori y después a don Ángel, que era muy noble como para jugar de defensor», concluyó.
Algunos dicen que el mejor puesto, en el fútbol, es el de número nueve. Otros dicen que es el diez, pero me estoy refiriendo a cómo se jugaba antes, cuando el diez era el conductor del equipo, el más hábil, el talentoso.
Pero yo siempre digo que el mejor puesto es el mío, el puesto de utilero, con toda la cuestión de las camisetas, los pantaloncitos y los botines. Porque lo de ser director técnico jodido y mire si lo sabré yo, que he visto pasar por el club a infinidad de técnicos y quien más quien menos, todos vivían con una úlcera así de grande por la presión de los resultados, las puteadas de la gente y las exigencias de los directivos. Yo he visto llorar a técnicos en el cuartito de la lavandería, después de perder un partido, como Esteban Turbio, pobrecito, que llegó al club siendo un gordito jodón y rubicundo y se fue con una patada en el culo, tres meses después, con ocho kilos menos y un color en la cara que daba pena, se lo juro.
En cambio el utilero, como en mi caso, siempre está ahí, calladito, anónimo, preparando el mate para los muchachos, doblando las camisetas, contando los pares de medias, viendo si no desapareció algún pantaloncito. Oculto bajo el cemento de la tribuna, como si fuera un búnker ¿sabe? Uno de esos búnkeres que uno veía en las películas de guerra, que eran todos de cemento y apenas sobresalían de la tierra.
Y usted está ahí, todo el día, día y noche, siempre con luz artificial, enterrado en vida, pero seguro, escuchando, a lo sumo, el rugir arriba de la tribuna, el griterío, la silbatina. E incluso, a veces, le juro que es impresionante, el temblar incontrolable del cemento, la vibración del cemento, como si fuera un terremoto, como si en cualquier momento se le fuera a caer a usted encima toda esa masa de concreto y piedra y hormigón, además de miles y miles de personas, sobre la cabeza.
Admito que es un trabajo anónimo, muy anónimo. Siempre sueño que algún día la AFA disponga que cuando se da la constitución de los equipos se incluyan los nombres de los utileros. O que los pongan en el tablero electrónico, con la formación, en chiquito nomás, en letra más chica que la letra con que se ponen los nombres de lo jugadores, los técnicos y los suplentes. Pero que se ponga. Continuar leyendo
EL CRONISTA DE LOS OLVIDADOS
Tengo muy pocas certezas en mi vida, pero hay una que me animo a sostener a rajatabla: en la Argentina, ser hincha de un equipo del Ascenso no es para cualquiera.
Puede sonar pedante. Sin embargo, intenta convertirse en un sentido homenaje a todos aquellos que soportan la omisión de sus queridos colores en la portada de los diarios de gran circulación, la ilusión de la tapa en el recordado “El Gráfico” que nunca pudo ser, la burla cruel de los hinchas de los “poderosos”, de los que juegan en Primera, ésos que tienen revistas y hasta canales de televisión propios, que los (nos) miran en menos.
El Ascenso en la Argentina es pobre. Como la mayoría de sus hinchas, que cuentan monedas durante la semana o escamotean algún billete a la patrona para pagar, el sábado o el día que la AFA disponga, esa entrada al mundo de sus sentimientos. Poco importa si hay que viajar dos o tres horas, en colectivo o en tren; si el sol derrite los cuerpos o la lluvia los amenaza con una temible bronquitis. O si hay que poner a prueba la resistencia del único y desvencijado auto que posee alguno de los muchachos de la barra, y en el que van a treparse todos los demás.
Calles inhallables en la Filcar, canchas en lugares insólitos, estaciones de tren en medio de la nada, desde las cuales habrá que partir en búsqueda de esos campos de juego, con la mirada atenta, evitando alguna emboscada trapera o algún piedrazo traicionero.
Estoicamente, el hincha del Ascenso se banca eso y mucho más. Porque, siempre y antes que nada, está la camiseta, que puede ser de la B, la C o la D. Que no tendrá el logo de una multinacional en pecho y espalda, pero es su camiseta, la que eligió; o la que heredó, porque el abuelo y el padre también sentían por esos colores ese arrebato en el corazón que algunos llaman pasión.
Muy pocos iluminan esos territorios tan claramente como Daniel Console, quien posee la formidable capacidad de rescatar del olvido hechos y protagonistas injustamente relegados de las mieles de la memoria.
A salvo de un pudor sin sentido, cualquiera de los hinchas del Ascenso se sale de la vaina para darse a conocer en cualquier lugar. Lejos de amilanarse, infla el pecho y demuestra el orgullo que le produce ser quien es. No es poca cosa, en un país en el que tantos impúdicos se cambian desvergonzadamente de camiseta cada cierta cantidad de meses.
El hincha del Ascenso sueña en chiquito, proyecta con modestia, sufre en silencio y goza a los gritos. Por aquello de que lo que cuesta vale. Pero su sueño pequeño es tan legítimo como el del “poderoso”, que –por ejemplo- mira de reojo la Intercontinental. Alguna vez habrá que diferenciar el precio del valor, y poner a cada uno de ellos en el lugar que merece.
Entre las innumerables perlas que contiene este libro –de lectura imprescindible no sólo para el “militante” del Ascenso, sino para todo aquél que ame el fútbol-, el primer acierto es el título. Porque los héroes están de uno y otro lado de la cancha. Adentro y afuera. Librando su particular batalla contra los Molinos de Viento de la Razón, desafiando sus propios límites de audacia y la tolerancia de sus coronarias, en esos clásicos malditos que se ponen chivos a cinco minutos del final, justo cuando su equipo va ganando.
Nada casualmente, la mayoría de los clubes están identificados con un barrio. Y en los barrios sabemos que se esconden duendes, fantasmas y leyendas que alimentan la pasión futbolera, y que marcan para siempre nuestra vida. El barrio es nuestro lugar en el mundo, ese territorio en el que, como dice la bellísima balada de Pablo Coll dedicada a Diego Maradona: “Hay fotos en el alma que no se borran jamás”.
Conocí personalmente a Daniel Console un inolvidable y gélido domingo 24 de julio de 2003, en cancha de Temperley, episodio incluido en este libro, que me emociona como un gol sobre la hora cada vez que lo leo. Ese día, mi club festejaba diez años de su vuelta al fútbol, confirmando que la pasión no quiebra, y que la única frontera posible para el sentimiento es el infinito.
Era una fiesta del fútbol y Daniel no podía faltar, porque debía consignarla para arrebatársela al olvido. Igual que aquella campaña de Villa Dálmine, con el legendario “Pepe” Basualdo a la cabeza de un equipo con jugadores que –como él- habían pasado por Europa y, sin embargo, no olvidaron sus raíces. Y si la gesta no terminó en ascenso fue por enigmáticos motivos. Pero, como Daniel también anduvo por ahí, ganó esa porción de historia para el libro de los recuerdos. Que es éste.
Donde hay lugar, entre otros, para el mítico Luis Sosa, al que no le quedó categoría por conocer, incluida la Primera A. O para “El viejo”, estremecedor relato que resume el concepto de heroísmo futbolístico que campea sobre estas páginas.
Quizá porque el olvido es el peor de los fantasmas, “Héroes del Ascenso” tiene un aire de celebración permanente, balanceado entre el rumor permanente de la tribuna y el cuidado medio tono del narrador, que escapa de la primera fila para no eclipsar lo que cuenta.
En un país que retacea la memoria, que la manipula con impudicia, el fútbol no escapa a esa tendencia. Por eso necesitamos un cronista honesto, imparcial, que ponga las cosas en su lugar: goleadores silenciados por el tiempo, entrenadores-maestros en retiro efectivo o forzoso, algún hincha excéntrico, el partido número 1.000 presenciado por el autor, elegido al azar, como símbolo de un libro en el que caben y conviven todas las camisetas. Por una vez, sin chicanas retóricas, ni violencia siempre absurda.
No suelo escribir prólogos. Pero me sentí honrado por la entusiasta convocatoria que me formuló Daniel para esta obra entrañable, conmovedora, inseparable compañera para amenizar el viaje de cada fin de semana rumbo al estadio que nos toque en suerte, o para disfrutar serenamente en nuestro sillón preferido.
Y también, porque estoy convencido de que recordar momentos felices o seres queribles, es homenajear a la vida, mejorarla, engrandecerla.
A veces, la vida tiene forma de pelota de fútbol, y necesita la mirada sensible de un periodista como Console, que deslumbra por su capacidad para desentrañar tan visceral y respetuosamente un universo como el del Ascenso y su gente, entre la que me incluyo.
Reconforta no sentirse solo. Emociona confirmar las cualidades profesionales y humanas de un cronista que nos hace partícipe de su propia historia. Que es la nuestra. La de miles de hinchas que, semana tras semana, preparamos trapos y gargantas para cantar, con la mayor potencia posible, la canción más sentida de nuestro repertorio futbolero.
CARLOS ALGERI
de «Crónicas del Angel Gris», por Alejandro Dolina. Ilustración de Carlos Nine.
«… Quien dice que no hay querencia
que le pregunte a la ausencia…»
(Por el camino, José González Castillo).No hay sueño más grande en la vida que el Sueño del Regreso. El mejor camino es el camino de vuelta, que es también el camino imposible. Los Hombres Sensibles de Flores, en sus nocturnas recorridas por las calles del barrio, planeaban volver.
Volver a cualquier parte.
A la adolescencia, para reencontrarse con los amores viejos.
A la infancia, para recobrar las bolitas perdidas.
A la primera novia, para jurarle que no ha sido olvidada.
A la escuela, para sentir ese olor a sudor y tiza que no se encuentra en ninguna otra parte.
Volver fue para ellos la aventura prohibida. Cada noche soñaban con patios queridos y cariños ausentes. Y cada mañana despertaban llorando desengañados y revolvían la cama para ver si algún pedazo de sueño se había quedado enganchado entre las cobijas.
A pesar de todo, los muchachos de Flores habían aprendido a disfrutar de los regresos modestos y cada tanto visitaban antiguas pizzerías, veían peliculas de Paul Muni, cantaban el vals Penas que Matan o examinaban fotos amarillentas en la pieza de Manuel Mandeb.
Desde luego, los Refutadores de Leyendas se burlaban de todo esto.
– ¡Saluden a los nuevos tiempos! -gritaban-. El mundo marcha hacia adelante.
La comparsa racionalista acusaba a los Hombres Sensibles de retrógrados y conservadores. Tal vez tenían algo de razon: Mandeb y sus amigos andaban siempre por los mismos lugares, contaban miles de veces las mismas anécdotas y se divertían robando nísperos siempre en la misma casa.
– Marchan ustedes a contramano de la historia -rugían los Refutadores. Y era cierto. Pero siempre es recomendable recorrer la vida a contramano, sobre todo si uno sospecha quien ha puesto las flechas del tránsito.
En los años dorados del barrio del Angel Gris, funcionaba en la calle Gavilán la agencia Todo para el Regreso. Esta empresa organizaba unos viajes y peregrinaciones cuyo atractivo principal estaba en la vuelta. Por cierto, solían elegir lugares horrorosos, con alojamientos míseros y comidas inmundas, precisamente para acrecentar el deseo de volver cuanto antes.
Pero el mayor éxito se obtuvo con el Servicio de Recuperación de Vecinos. La agencia se ocupaba de localizar y entrevistar a pobladores antiguos, alejados del barrio por las perversas mudanzas. Por un precio razonable se les ofrecía una fiesta callejera en su viejo vecindario, con la presencia de todos los personajes de la zona. El servicio incluía la entrega de un pergamino, palabras alusivas a cargo de empleados de la empresa y llegado el caso, indumentaria apropiada para que el vecino emigrante pudiera fingir opulencia si lo deseaba.
Existía -además- un plan superior que contemplaba la reinstalación lisa y llana del vecino perdido en su antigua residencia. Desde luego, los costos eran grandes y no resultaba sencillo vencer las dificultades que se presentaban: desalojo del nuevo ocupante de la finca, abolición de las eventuales reformas, rescate de los muebles originales y restauración del exacto grado de higiene en que acostumbraban vivir el cliente y su familia. Para cumplir con esta ultima pretención, a veces había que limpiar y otras veces era necesario juntar mugre.
En realidad, hay que confesar que durante todo el tiempo que funcionó el Servicio de Recuperación de Vecinos, solamente una vez se concretó el plan superior. Fue el famoso regreso de la familia del ingeniero Vaccari a su casa de la calle Bolivia Este servicio fue solventado por los amigos del poeta Jorge Allen, despues de más de un año de colectas, rifas, préstamos a interés y timbas a beneficio.
No es que a nadie le importara gran cosa del ingeniero Vaccari. Pero Jorge Allen estaba enamorado de Leonor, la mayor de sus hijas y no estaba seguro de poder seducirla en Bancalari.
La historia no tuvo un final feliz. Leonor rechazó tercamente a Jorge Allen y se entreveró con un carnicero que venía a rondarla precisamente desde Bancalari. Allí mismo se fueron a vivir cuando se casaron, un año después. El resto de la familia Vaccari acabó mudándose más tarde a San Miguel, barrio del que no fueron rescatados jamás.
El ruso Salzman, legendario jugador de dados, también supo hacer un negocio parecido. Sin la intervención de la agencia, se decidió a comprar la casa de su infancia, ocupada desde hacia años por perfectos desconocidos.
En semejante patriada, el ruso gastó la memorable ganancia de una noche gloriosa en el casino de Mar del Plata.
Una vez instalado, comprendió que la inversión habia sido inútil.
– He recuperado mi casa -dijo-. Pero la infancia, no.
Catorce años después de haber egresado como bachiller, Manuel Mandeb volvió a inscribirse en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda.
El polígrafo de Flores estaba entusiasmado con la ida y propuso a sus antiguos compañeros que hicieran lo mismo, para repetir la época más feliz de sus vidas. No tuvo mucha suerte: Avila, Capel, Carrasco, Cichoworsky, Donath, Frascarelli, Frezza… Por orden alfabético todos se fueron negando y presentando sólidos pretextos. El trabajo, la familia, la distancia, el dinero. De algún modo misterioso aquellos atorrantes habían contraído la responsabilidad.
Manuel Mandeb no se achicó y comenzó las clases.
Y el primer día trató de reproducir episodios divertidos que habían ocurrido antes, pero las cosas no eran iguales. Sus nuevos compañeros eran bastante chitrulos y se resistían a secundarlo en sus travesuras, no le llamaban El Turco sino El Abuelo. Para peor, algunos profesores creían recordarlo vagamente y no sabían si confundirlo con su hijo o con su padre.
Logró -eso sí- algunas buenas notas y hasta quince amonestaciones. Un día, el jefe de celadores descubrió la verdad.
– No crea que no lo he reconocido, señor Mandeb. Este es otro de sus inventos. Yo pensé que el titulo de bachiller iba a servirle de escarmiento, pero veo que no es así. Usted es de los que siguen jorobando hasta después de muertos.
Mandeb contestó llorando:
– Usted es el único que me ha comprendido. Gracias.
– Cállese la boca, señor -gritó el jefe de celadores-. Vuelva a clase.
El pensador de Flores fue expulsado poco después. Pero a pesar de su fracaso, la segunda inscripción es una maniobra que merece ser estudiada por los melancólicos cabales. Sostengo que con el apoyo de sus viejos condiscípulos, la experiencia de Mandeb hubiera sido emocionante.
La agencia Todo para el Regreso se fundió por falta de clientes. En un último esfuerzo, sus dueños ofrecieron servicios économicos. Eran retornos fingidos, vueltas sin ida, reencuentros sin ausencia. El interesado podía simular su viaje al Africa. La empresa se encargaba del recibimiento, los abrazos y las lágrimas. El éxito fue nulo. Por esos días, Manuel Mandeb escribió su oscuro ensayo Nunca se Vuelve. Leamos algunos párrafos:
«No es posible regresar a ninguna parte. Los puntos de partida no se quedan quietos y a la vuelta ya no están. Para poder volver se necesita, por empezar, un punto de partida eterno e inmutable. Pero todo se mueve y no hay forma de detener el Universo. Créanme si les digo que nadie ha efectuado nunca jámas un verdadero regreso. El hombre que lo consiga cumplirá la hazaña más grande de la historia.»
La idea de no bañarse dos veces en el mismo río no constituye ninguna novedad filosófica. Pero adviértase que Mandeb deseaba en verdad volver a bañarse. Esta fue su mayor obsesión y siempre lamento amargamente no poder remontar los tiempos.
Los Refutadores de Leyendas se alegran de la dinámica universal y esperan el futuro con impaciencia. Desean liberarse del pasado, romper las cadenas. Pero si esto encierra la idea de libertad, hay que reconocer que Manuel Mandeb fue mucho más lejos:
«¿Por qué no puede uno estar en varios lugares al mismo tiempo? ¿Qué es esto de no poder volver al pasado ni visitar el futuro? ¿Por qué no es posible extraer de las premisas de la razón las consecuencias que a uno se le antojen?
«Ah, la libertad…la libertad sin tiempo, ni espacio, ni lógica. La libertad de vivir todas las vidas, de estar en todas partes, de recorrer las edades. ¿Qué dicen a esto los libertarios sin frontera?»
Pero las cosas son como son. Esa es la pena de los Hombres Sensibles. La misma de los viajeros que no pueden volver atrás. Ellos no han nacido para viajar. Y sin embargo, ahí andan con la vida llena de extraños, ansiando la inmortalidad, solamente para poder regresar.
Algunos tratan de no partir: amor…quédemonos aquí… Pero el que no parte también se queda solo.
En Flores se suele contar la leyenda de Anton Raffo, quien según parece poseía el Secreto del Regreso. Mandeb y Jorge Allen llegaron a conocerlo. Es cierto que el hombre usaba en su conversación algunos giros inquietantes.
– Ya voy a arreglar eso cuando sea un poco más joven.
– He besado muchas veces a Mónica. Pero será mucho mejor cuando le dé el primer beso.
– Ya estoy harto de nacer, caballeros.
Los muchachos de Flores no pudieron indagar demasiado. Raffo desapareció y si es que posee el Secreto, tal vez ande en otros tiempos más prometedores.
Aquí cabe una modesta reflexión. Aún cuando fuera posible volver al pasado, nada sería igual. Todos los actos de nuestra vida repetidos minuciosamente, serían distintos al estar ocurriendo por segunda vez. Esta diferencia es sustancial. Llevaríamos con nosotros la carga de la experiencia anterior. Nos estaría negada la ansiedad y la esperanza. ¿Con qué entusiasmo apostaríamos a las cartas que ya sabemos perdedoras? Alguien dirá: sería preciso borrar la memoria y volver al pasado sin recordar que ya lo vivimos. Respuesta: ¿de qué sirve volver si uno no sabe que vuelve? Para el caso es posible pensar que ahora mismo estamos viviendo por segunda o quinta vez la misma vida.
Quien les escribe ha soñado muchas veces este episodio:
Camino por la calle Urquiza, en Caseros. Soy como ahora, un grandulón melancólico. Pero descubro que no estoy en el presente sino en los primeros años de la decada del 50. Llego ante la casa que lleva el número 68 y toco el timbre. Al rato sale a recibirme un nene mugriento y deconfiado. Soy yo mismo. Abrazo emocionado al chico. Desde adentro oigo la voz del abuelo que pregunta:
– ¿Quién es, Negro?
Nunca he podido imaginar que algo mejor pudiera ocurrirme. Los funcionarios del paraíso no tendrán que ponerse en grandes gastos conmigo.
El libro de aventuras del regreso sigue en blanco.
Ni los Hombres Sensibles, ni los Pensadores del Eterno Retorno, ni muchos de nosotros -que a veces creemos volver- hemos podido dar un solo paso. Esto no nos impide ser dichosos algunas veces, a pesar de todo. Las personas decentes nos piden madurez y resignacion. Quieren que olvidemos nuestras trágicas ensoñaciones. Pero nosotros no queremos olvidar. Y el que olvide, jamás, jamás podrá ser nuestro amigo.
Ni siquiera cuando volvamos a encontrarnos otra vez y para siempre.Editorial La Urraca
Newell’s lo ganaba desde el arranque con gol de Scocco, que a los 31 erró un penal. En el segundo tiempo la Lepra se quedó, Quilmes empujó y lo empató a 4′ del final con gol de Caneo. Los de Martino siguen arriba pero si Lanús gana los pasa.
Newell’s se adelantó de entrada, con una definición brillante de Ignacio Scocco a los 8 minutos (llegó a 10 goles en el torneo). A los 31, penal para la Lepra, que fabricó el propio goleador también pateó pero lo tapó Dulcih de manera espectacular, con las piernas.
En el segundo tiempo Newell’s se fue quedando sin nafta, producto de tres partidos en una semana. Salió Scocco, luego Maxi Rodríguez y Quilmes de a poco se adelantó, siempre manejando la pelota.
A 4 minutos del final, tras un centro, le quedó picando a Caneo dentro del área y no perdonó.
Finalmente fue 1 a 1 y Newell’s se lleva el sabor amargo porque tenía el triunfo en el bolsillo y se lo robaron sobre el final. Ahora sigue puntero pero a dos de Lanús, que si le gana a Tigre le quita la cima del torneo.
Por su parte, Quilmes logra sumar un punto valioso. Llegó a 21 unidades y continúa escapando de la zona del descenso.